viernes, 25 de noviembre de 2011

El último Tren de la Noche...

Simplemente me senté en el banco de siempre a esperar.
Pero no llegaba.
Empezaba a ponerme nerviosa.
Necesitaba verle aparecer. Con solo oírle me bastaba.
Pero no llegaba. 
Una mujer se apoyó en la pared, a unos tres metros de mí, frotándose la frente y mirando el suelo. Pude escuchar su respiración fuerte, y quise preguntarle si se encontraba bien, pero algo me frenó. Tenía que estar pendiente de si llegaba, no podía entretenerme con chorradas.
Solté un suspiro y me crucé de piernas, repiqueteando con los dedos en mi mejilla.
Miré el reloj. Dos minutos para las doce en punto.
La mujer se sentó junto a mí, gimiendo levemente, y yo me hice a un lado, para dejarle hueco en el banco. La observé de reojo, sudaba copiosamente y le temblaba el pulso.
Un silbido punzante llegó hasta mis oídos, agujereándome los tímpanos, sin embargo, me levanté, deseosa por verle aparecer. La mujer del banco se incorporó también, y se tambaleó hasta situarse junto a mí.
Su brazo se extendió hacia delante. Perdió el equilibrio y cayó al vacío.
No pude evitar gritar.
Todo se volvió rojo.
Acababa de llegar el último tren de la noche. 

jueves, 24 de noviembre de 2011

Estrella de mar

Adèle, al ver el rostro desfigurado de su madre, corrió espantada hacia la puerta de su casa y huyó hacia el interior del bosque en busca de su columpio.
Cuando se sentó sobre él, la madera chascó bajo su peso y la soga se destensó hasta dejar caer el tablón al suelo. La niña tardó unos segundos en reaccionar, y cuando se puso en pie tras el golpe, con los ojos bañados en lágrimas, pudo comprobar que se había desollado las rodillas, provocando que la sangre se escurriese por sus piernas ensuciando los preciosos zapatos blancos que llevaba puestos. Se pasó la yema de los dedos por las heridas, manchándose las manos. Se agachó sobre la tabla y con aquel suave líquido escribió sobre la madera lo único que sabía escribir:
Adèle. 
Empezó a alisarle la tela de su vestido con las manos, pero algo le hizo quedarse inmóvil: Una mariposa gris y naranja pasó por delante de sus ojos fugazmente, dejándola totalmente hipnotizada con su preciosa gama de colores.
Adèle sonrió y estiró los brazos para intentar atrapar el bello ejemplar, pero se le escapó entre los dedos con gran agilidad, así que la chica se vio obligada a dar un paso para continuar con su intento de alcanzarla, pero la mariposa volvió a escurrirse. Soltó una risita y comenzó a perseguirla por todo el bosque. Sin darse cuenta llegó hasta el lugar donde los árboles morían para dar paso a una gran extensión de tierra blanca bañada por el mar.
Perdiendo la pista de la mariposa, Adèle avanzó hacia la orilla y tras descalzarse, dejó que el agua mojase sus pies. Empezó a caminar tranquilamente sobre la tierra mojada, cerrando los ojos cada vez que el agua rozaba su piel, hasta que llegó a un lugar donde había miles de estrellitas de mar que habían sido arrastradas por la marea hasta tierra firme.
Empezó a cogerlas con delicadeza y a devolverlas de nuevo al mar, una tras otra…
-          - ¡Ay que tonta! No puedes salvarlas a todas, hay demasiadas – exclamó una voz masculina tras Adèle, que se giró sobresaltada.
-         - Yo… Ya lo sé, pero puedo… Salvar esta- y la lanzó al mar- Y esta, y esta, y esta…- rió, mientras se agachaba para recoger otras y las arrojaba al agua.
-         - ¿Cómo te llamas?-preguntó él, sonriendo.
-         -  Adèle, ¿y tú?...
....

martes, 22 de noviembre de 2011

Hard Candy

“Pasé un verano con mi tía Denise. Tenía cuatro o cinco hijos, y yo tenía diez años... No. No, tenía nueve. Y la hija más pequeña, Lynnie... Estaba enamorada de mi... Tenía un juego en el que salía de la bañera toda empapada y saltaba sobre mí... Y me hacía cosquillas. Me hacía cosquillas y gritaba: ¡Ataque de la abuela! Porque sus dedos estaban todos arrugados... No podía hacer nada, no quería hacerla daño y era extraño. Un día llegó su madre y vio a su hija desnuda sobre mí... Y entonces le grito: ¡¡Lynnie vuelve a la bañera!! Me cogió de la mano y me llevó a la cocina. Encendió los fuegos, esperó a que se calentaran... Y me bajó los pantalones...”

lunes, 21 de noviembre de 2011

Cuando todo deja de ser como uno quiere...

El plástico duro del DNI araña con fuerza los trozos de espejo.
“Una más y se acabó”
Se inclina sobre su imperfecto reflejo, coloca el pequeño cilindro de papel en su nariz y aspira con fuerza.
Empieza a nevar dentro de su tabique nasal. Le encanta esa sensación.
Lo echaba de menos.

Oscuridad

Un estruendo hizo que abriese los ojos, sobresaltada.
Lo único que ahora podía escuchar era el irritante zumbido de la farola que todas las noches ronroneaba desde la calle, acompañado su canto por susurros que provocaban las alas de decenas de insectos voladores que revoloteaban a su alrededor...